lunes, 5 de junio de 2017

Las campanas de Juana la loca, de Marta Rojas

Las campanas de Juana la Loca, de Marta Rojas
EDITORIAL: Punto de Encuentro
TEMÁTICA: Narrativa, novela histórica  
PÁGINAS: 464
AÑO: 2015
ISBN: 978 987 1567 46 1

Sinopsis:
"Momentos delirantes del Nuevo Mundo, cuyo telón de fondo despliega la inteligente y transgresora reina Juana la Loca, conforman esta novela atribuida a Autor Anónimo, iniciada en los anales de la imprenta por un antiguo paje alemán de la reina en el Sacro Imperio Romano Germánico. Un lector de tabaquería, figura original de Cuba, conduce la lectura de esta trama de amor y pasiones en tiempos convulsos a lo largo de tres siglos y de estos 160 años en guerra. La autora nos pasea por tierras caribeñas, suramericanas y ciudades tan poderosas como Habsburgo y Amberes. Amor verdadero, ternura, desencuentros y el protagonismo de la mujer priman. Marta Rojas, sorpresa tras sorpresa, insufla vida a personajes que se hacen inolvidables, incluyendo a negros cimarrones e indios de la primera mina de cobre descubierta en América, centro de los episodios. Con un erudito juego de intertextualidades, recrea acciones y el lenguaje de la época remitiéndonos a clásicos ineludibles del idioma como "el Quijote", obras fundacionales como el "Cantar de los Cantares" y canciones de Silvio Rodríguez. De nuestra autora dijo el laureado Alejo Carpentier: "Novelista por instinto. Ágil y talentosa escritora, de profunda vocación periodística, mirada sagaz y estilo directo y preciso tiene el don de mostrar muchas cosas en pocas palabras".



Reseña de  Stella Calloni en Granma

Las campanas de Juana la loca
Fragmentos del prólogo de Stella Calloni para la novela de Marta Rojas que será presentada en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires el próximo mes de abril

Las campanas de Juana la Loca, extraordinaria novela de Marta Rojas, es una obra maestra, original, audaz, con un lenguaje que juega a diversos estilos, como juega su imaginación en constantes círculos de tiempo que nos atrapa.
Marta Rojas nació en Santiago de Cuba, lugar que me consta ama profundamente, y del que ella misma recuerda que fue la primera capital de la Isla (hace ahora 500 años). Y fue allí, buscando identidades y raíces, donde comenzó a enredarse en la pasión periodística, en la que ya reveló su condición de narradora y ahora entró de lleno al mágico territorio de la ficción.
Leyendo sus primeras notas periodísticas era previsible este camino porque desde entonces se advertía una agilidad en su forma de relatar los hechos, que no restaba precisión en la palabra y una belleza tal en el ritmo del relato que los hechos reales parecían escapados de la ficción.
No es fácil la crónica periodística, aunque parezca sencilla. Sin el ma­nejo del lenguaje enriquecido por la imaginación y la lectura, sin la calidez de quien escribe viviendo, la crónica puede ser un género periodístico empobrecido en extremo. Marta la hizo vibrar en belleza, en síntesis, en la urdimbre de la palabra usada con sabiduría.
Hay serenidad y profundidad en sus libros de testimonios y maestría en sus conceptos.
La periodista cedió paso a la narradora de ficción y tiene publicadas varias novelas, entre las que se destacan El columpio de Rey Spencer (Chile, Editorial Cuarto Propio, 1993), Santa Lujuria (de la que se han publicado varias ediciones y ha sido traducida al inglés) El Harén de Oviedo, inglesa por un año y El equipaje amarillo, traducida al chino (publicadas originalmente en Letras Cubanas).
En Las campanas de Juana la Loca se la advierte en un momento de singular apasionamiento, como si esa narradora de obras reconocidas en el mundo —partiendo de El juicio del Moncada— concentrara en esta novela (que ya se lee en Argentina) los saberes e inquietudes históricas, en una escritura trasgresora, embellecida por un lenguaje depurado en el uso de la palabra y la metáfora, que hace parte del ensueño de los escribas de la colonia, en sus propios avatares y laberintos.
Después de todo eran las crónicas escritas por esos escri­bas que fue­ron atrapados por la América, donde todo desbordaba: tierras, hombres, ríos.
La escritura elegida por Marta es la de Rudger Jünger, el imaginario cronista que se prolonga en la voz del acucioso lector, que lee en las tabaquerías la obra de un supuesto Autor Anó­nimo. Leyendo esta no­vela en círculos, que van y vuelven, mirando con tantos ojos la historia contada en voces super­puestas, como la del emblemático Marcos Marfán, ese lector de novelas en las tabaquerías, o las entrañables figuras de duendes caribeños como el “negrito”, el “curioso atrevido”; o el magnífico o Aparecido Cosme, hijo de Salomón, tal cual lo dice él mismo, como si saliera de las páginas de una Biblia caribeña, la construcción literaria se hace y se deshace en partes y capítulos, con esa audacia con que Marta ensambla pasados, con tiempos modernos, hechuras de la historia real, que parecen ficción o viceversa.
Para escribir una obra como esta hay que hacer asom­brosos recorridos históricos y desnudar la esencia de la colonización mirando con ojos de colonizador y también con las argucias de sobrevivencia y resistencia del colonizado, en esa historia falsificada de un descubrimiento, que no fue tal, sino un enfrentamiento de culturas, imposibles de compati­bilizar. Por eso Marta descubre los socavones en que se me­ten, sin entenderlo bien, los escribientes de la colonia y en algunos como ese Jünger que va y viene en los tiempos, que termina condenando, sin hacerlo claramente, la brutalidad de los crímenes de los “conquistadores”, que se organizan en trazados aritméticos y hasta con un compás como el de Lomans.
También encuentra la huella nítida de flamencos, alema­nes y otros que forman parte de lo que podrían llamarse “técnicos” de la Colonia, no por ello menos crueles en su pa­so por nuestras tierras en son de conquista y colonización. Es un jue­go, una verdadera pirotecnia del lenguaje donde subyace el humor y la ironía y que obliga a concentrarse. Decido que el prólogo debe revelar algo más que solo la autora puede decir, impulsada por sus audacias. La entrevisto. Ella responde:
—Se me antojó que era perfecto para llevarme por los siglos de los siglos, el lector de tabaquería, una figura emblemática en Cuba, Tampa y algo en Santo Domingo. Pero aún los hay en las tabaquerías de Cuba. Ellos leen y explican. Ahí un personaje me llevaba a otro tiempo. Siempre partiendo de realidades: La Factoría, “el comercio de rescate” antecedente de los fili­busteros piratas y corsarios en el Caribe, y hasta el Río de la Plata. Portadores también de cultura, introdujeron impresos “inconvenientes o prohibidos”… Cuan­­­do di con los Fúcares y Belzares se me ocurrió releer El Quijote para ambientarme sobre la llanura castellana y ahí encontré una mención de los Fúcar, que hace Cervantes, en el capítulo “De las admirables cosas que el extremado Don Quijote contó que había visto en la profunda cueva de Montesinos, cuya imposibilidad y grandeza hace que se tenga esta aventura por apócrifa”.

El Fúcar aparece en un párrafo y dice: “Decid, amiga mía, a vuesa señora que a mí me pesa en el alma de sus trabajos, y que quisiera ser un Fúcar para remediarlos”. Los Fúcares (o Fugger) banqueros famosos, muy relacionados con España prestamistas del Sacro Imperio Romano Germánico...

Habría mucho más para decir so­bre la novela, por ejemplo: de las vír­genes de la Caridad, de Alta­gracia o la de Luján, pero la autora es fiel a lo que escribió Carpentier sobre su mo­do de escribir: decir muchas cosas en pocas palabras. En Las campanas de Juana la loca, cien páginas por siglo... del XVI al XIX.

Fuente Granma

No hay comentarios:

Publicar un comentario