Las campanas de Juana la Loca,
de Marta Rojas
EDITORIAL: Punto de Encuentro
TEMÁTICA: Narrativa, novela histórica
PÁGINAS: 464
AÑO: 2015
ISBN: 978 987 1567 46 1
Sinopsis:
"Momentos delirantes del
Nuevo Mundo, cuyo telón de fondo despliega la inteligente y transgresora reina
Juana la Loca, conforman esta novela atribuida a Autor Anónimo, iniciada en los
anales de la imprenta por un antiguo paje alemán de la reina en el Sacro
Imperio Romano Germánico. Un lector de tabaquería, figura original de Cuba,
conduce la lectura de esta trama de amor y pasiones en tiempos convulsos a lo
largo de tres siglos y de estos 160 años en guerra. La autora nos pasea por
tierras caribeñas, suramericanas y ciudades tan poderosas como Habsburgo y
Amberes. Amor verdadero, ternura, desencuentros y el protagonismo de la mujer
priman. Marta Rojas, sorpresa tras sorpresa, insufla vida a personajes que se
hacen inolvidables, incluyendo a negros cimarrones e indios de la primera mina
de cobre descubierta en América, centro de los episodios. Con un erudito juego
de intertextualidades, recrea acciones y el lenguaje de la época remitiéndonos
a clásicos ineludibles del idioma como "el Quijote", obras fundacionales
como el "Cantar de los Cantares" y canciones de Silvio Rodríguez. De
nuestra autora dijo el laureado Alejo Carpentier: "Novelista por instinto.
Ágil y talentosa escritora, de profunda vocación periodística, mirada sagaz y
estilo directo y preciso tiene el don de mostrar muchas cosas en pocas
palabras".
Reseña de Stella Calloni en Granma
Las campanas de Juana la loca
Fragmentos del prólogo de
Stella Calloni para la novela de Marta Rojas que será presentada en la Feria
Internacional del Libro de Buenos Aires el próximo mes de abril
Las campanas de Juana la Loca,
extraordinaria novela de Marta Rojas, es una obra maestra, original, audaz, con
un lenguaje que juega a diversos estilos, como juega su imaginación en
constantes círculos de tiempo que nos atrapa.
Marta Rojas nació en Santiago
de Cuba, lugar que me consta ama profundamente, y del que ella misma recuerda
que fue la primera capital de la Isla (hace ahora 500 años). Y fue allí,
buscando identidades y raíces, donde comenzó a enredarse en la pasión
periodística, en la que ya reveló su condición de narradora y ahora entró de
lleno al mágico territorio de la ficción.
Leyendo sus primeras notas periodísticas
era previsible este camino porque desde entonces se advertía una agilidad en su
forma de relatar los hechos, que no restaba precisión en la palabra y una
belleza tal en el ritmo del relato que los hechos reales parecían escapados de
la ficción.
No es fácil la crónica
periodística, aunque parezca sencilla. Sin el manejo del lenguaje enriquecido
por la imaginación y la lectura, sin la calidez de quien escribe viviendo, la
crónica puede ser un género periodístico empobrecido en extremo. Marta la hizo
vibrar en belleza, en síntesis, en la urdimbre de la palabra usada con
sabiduría.
Hay serenidad y profundidad en
sus libros de testimonios y maestría en sus conceptos.
La periodista cedió paso a la
narradora de ficción y tiene publicadas varias novelas, entre las que se
destacan El columpio de Rey Spencer (Chile, Editorial Cuarto Propio, 1993),
Santa Lujuria (de la que se han publicado varias ediciones y ha sido traducida
al inglés) El Harén de Oviedo, inglesa por un año y El equipaje amarillo,
traducida al chino (publicadas originalmente en Letras Cubanas).
En Las campanas de Juana la
Loca se la advierte en un momento de singular apasionamiento, como si esa narradora
de obras reconocidas en el mundo —partiendo de El juicio del Moncada—
concentrara en esta novela (que ya se lee en Argentina) los saberes e
inquietudes históricas, en una escritura trasgresora, embellecida por un
lenguaje depurado en el uso de la palabra y la metáfora, que hace parte del
ensueño de los escribas de la colonia, en sus propios avatares y laberintos.
Después de todo eran las
crónicas escritas por esos escribas que fueron atrapados por la América,
donde todo desbordaba: tierras, hombres, ríos.
La escritura elegida por Marta
es la de Rudger Jünger, el imaginario cronista que se prolonga en la voz del
acucioso lector, que lee en las tabaquerías la obra de un supuesto Autor
Anónimo. Leyendo esta novela en círculos, que van y vuelven, mirando con
tantos ojos la historia contada en voces superpuestas, como la del emblemático
Marcos Marfán, ese lector de novelas en las tabaquerías, o las entrañables
figuras de duendes caribeños como el “negrito”, el “curioso atrevido”; o el magnífico
o Aparecido Cosme, hijo de Salomón, tal cual lo dice él mismo, como si saliera
de las páginas de una Biblia caribeña, la construcción literaria se hace y se
deshace en partes y capítulos, con esa audacia con que Marta ensambla pasados,
con tiempos modernos, hechuras de la historia real, que parecen ficción o
viceversa.
Para escribir una obra como
esta hay que hacer asombrosos recorridos históricos y desnudar la esencia de
la colonización mirando con ojos de colonizador y también con las argucias de
sobrevivencia y resistencia del colonizado, en esa historia falsificada de un
descubrimiento, que no fue tal, sino un enfrentamiento de culturas, imposibles
de compatibilizar. Por eso Marta descubre los socavones en que se meten, sin
entenderlo bien, los escribientes de la colonia y en algunos como ese Jünger
que va y viene en los tiempos, que termina condenando, sin hacerlo claramente,
la brutalidad de los crímenes de los “conquistadores”, que se organizan en trazados
aritméticos y hasta con un compás como el de Lomans.
También encuentra la huella
nítida de flamencos, alemanes y otros que forman parte de lo que podrían
llamarse “técnicos” de la Colonia, no por ello menos crueles en su paso por
nuestras tierras en son de conquista y colonización. Es un juego, una
verdadera pirotecnia del lenguaje donde subyace el humor y la ironía y que
obliga a concentrarse. Decido que el prólogo debe revelar algo más que solo la
autora puede decir, impulsada por sus audacias. La entrevisto. Ella responde:
—Se me antojó que era perfecto
para llevarme por los siglos de los siglos, el lector de tabaquería, una figura
emblemática en Cuba, Tampa y algo en Santo Domingo. Pero aún los hay en las
tabaquerías de Cuba. Ellos leen y explican. Ahí un personaje me llevaba a otro
tiempo. Siempre partiendo de realidades: La Factoría, “el comercio de rescate”
antecedente de los filibusteros piratas y corsarios en el Caribe, y hasta el
Río de la Plata. Portadores también de cultura, introdujeron impresos “inconvenientes
o prohibidos”… Cuando di con los Fúcares y Belzares se me ocurrió releer El
Quijote para ambientarme sobre la llanura castellana y ahí encontré una mención
de los Fúcar, que hace Cervantes, en el capítulo “De las admirables cosas que
el extremado Don Quijote contó que había visto en la profunda cueva de Montesinos,
cuya imposibilidad y grandeza hace que se tenga esta aventura por apócrifa”.
El Fúcar aparece en un párrafo
y dice: “Decid, amiga mía, a vuesa señora que a mí me pesa en el alma de sus
trabajos, y que quisiera ser un Fúcar para remediarlos”. Los Fúcares (o Fugger)
banqueros famosos, muy relacionados con España prestamistas del Sacro Imperio
Romano Germánico...
Habría mucho más para decir
sobre la novela, por ejemplo: de las vírgenes de la Caridad, de Altagracia o
la de Luján, pero la autora es fiel a lo que escribió Carpentier sobre su modo
de escribir: decir muchas cosas en pocas palabras. En Las campanas de Juana la
loca, cien páginas por siglo... del XVI al XIX.
Fuente Granma
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